Como dice el dicho "de aquellos polvos vienen estos lodos" y mientras se acentúa, aún más, la deudocracia, luchamos por mantener unos servicios sociales y calidad de vida dignos o nos planteamos modelos de transición a sistemas viables, debemos analizar el proceso socioeconómico actual desde una perspectiva amplia y temporal (longitudinal) y corregir, por eso he creido oportuno colgar este artículo del académico en economía y activista (entre otros en ATTAC y en la PACD.plat auditoria ciudadana por la deuda ilícita) Clemente Hernandez .(publicado en diario información el 26 de Noviembre)
Las reglas del juego económico en Europa
La Confederación Europea de Sindicatos ha convocado a la
ciudadanía en toda Europa a protestar por las políticas de austeridad
que están imponiendo los gobiernos y en defensa de una Unión Europea
social y democrática, convencidos de que o se avanza en la construcción
de la Europa de los pueblos o nuestra vida irá cada vez peor.
Se sabía que la construcción de la Unión Europea era una sucesión de procesos de integración que causarían desequilibrios entre territorios y grupos sociales, beneficiando a unos y perjudicando a otros; pero se argumentaba que estas dificultades animarían a profundizar en la integración, como vía para resolver la desafección ciudadana en los territorios perdedores. La lógica del proyecto nacido en el Tratado de Roma (1957) era, pues, que antes o después se acabaría en una Europa federal o confederal.
Este optimismo venía refrendado por las
teorías de la integración comercial que afirmaban que un Tratado de
Libre Comercio (1957) acabaría en una Unión Aduanera, para evitar la
competencia de la desigual tasa arancelaria con terceros países; y que
la Unión Aduanera (1968) pone en primer plano la competencia de las
subvenciones a las empresas y de la desigual normativa fiscal y laboral
entre territorios, aspectos que la crisis de los años setenta dejó sin
abordar, pues todos los países se lanzaron a «empobrecer al vecino».
Luego vendría la integración de España y Portugal (1986) y, como un
cohete, llegó el Mercado Común (1992) que dio plena libertad al
movimiento de capitales, confiando en que la inversión extranjera
fluiría hacia los territorios atrasados y no abordó la necesaria
homologación fiscal y laboral, por lo que unos países (España, entre
ellos) quedaban condenados a convertirse en el sureste asiático de otros
más avanzados en productividad.
Con esta limitación, el Tratado de
Maastricht (1992) vino a reforzar la competencia entre países y en el
siglo XXI se inició un proceso de adhesiones que nos ha llevado de 12 a
27 países, con una gran diversidad fiscal y laboral que las empresas
aprovechan para chantajear a gobiernos y trabajadores, bajo amenaza de
deslocalizar la producción. Compiten incluso trabajadores que pertenecen
a filiales de la misma empresa (en estos momentos, Cemex tiene a la
plantilla de San Vicente sometida a este chantaje).
Con el Pacto por
la Estabilidad y el Crecimiento y con la Zona Euro (2002) se consolidó
la estrategia. Se diseñó una política monetaria que beneficia a los
financieros y a las empresas multinacionales (Alemania tiene mucho de
todo eso); se prohibió recurrir al BCE para colocar la deuda pública,
perjudicando a los países necesitados de financiación internacional; el
presupuesto comunitario quedó como una gota en un océano; se obligó al
déficit cero a los gobiernos y se premió la competencia fiscal y laboral
entre países. Las consecuencias de estas reglas de juego eran
previsibles: reducción del gasto y las transferencias sociales,
reducción de los salarios y precarización del empleo. Esta es la crónica
de los últimos años en cualquier país de la UE.
En los años del boom
(2002-2007) las consecuencias apenas se hicieron notar, adormecidos por
la burbuja financiera en toda Europa, y las protestas tuvieron poco eco
social. Pero, tras la crisis, los gobiernos presentaron como inevitable
lo que era fruto de decisiones que habían sido denunciadas por los
sindicatos y partidos minoritarios de izquierda. Nada de lo que nos está
ocurriendo es una sorpresa y se agravará aún más la situación si se
firma el Tratado de Libre Comercio UE–EE UU. Aviso para navegantes.
Acostumbrados
a poner el foco sobre los políticos corruptos e ineptos y sobre las
medidas antisociales que toman, no prestamos atención a decisiones que
se justifican en aras a la «libertad de mercado», aparentemente
asépticas, pero que ponen las reglas de juego de la economía al servicio
de grandes grupos financieros y empresariales, y que convierten en
«sentido común» lo que no son más que intereses privados que traen como
consecuencia esas medidas antisociales.
Los gobiernos se escudan en
que «Europa obliga» como si las reglas de juego las hubieran puesto los
ángeles y no se hubieran aprobado con la aquiescencia de los partidos
liberales y conservadores, y con los socialdemócratas como comparsa. Y
se escucha en Alemania, ¡hay que bajar salarios y pensiones para
aumentar la competitividad frente a los españoles! y se escucha en
España ¡hay que bajar salarios y pensiones para aumentar la
competitividad frente a los alemanes!: el precio que estamos pagando a
uno y otro lado es que vivimos cada vez peor.
En Europa, salvar a
los bancos ha costado 3 billones de euros (de ellos, más de 150.000 en
España) y los recortes sociales ascienden a 500.000 millones (de ellos,
más de 70.000 en España). Y los 6 millones de parados en España
contrastan con los 150.000 millones de aumento de las rentas de capital
desde 2008, a costa de reducir el peso de los salarios en la renta
nacional. Y es cruel tener 600.000 familias sin ingresos, cuando los
impuestos a las empresas suponen solo el 10% de la recaudación fiscal y
las grandes fortunas tienen una presión fiscal que no llega al 20% de
sus homólogos en Suecia. ¿Y no es de juzgado de guardia pretender
ahorrar más de 30.000 millones en los jubilados, para cumplir con el
objetivo de déficit, cuando el peso de las pensiones sobre el PIB es del
10% frente al 13% de la UE?
Cuando se dice que estamos condenados a
esta situación se miente descaradamente. No hay teoría económica
racional que justifique la reducción del gasto social, la inversión
pública y los salarios en todos los países de la UE como fórmula para
generar empleo. Es, sencillamente, falso.
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